Se llamaba Juan.Juan Diego Almanza Figueroa.
Pasó toda su vida estudiando y leyendo cuánto libro caía en sus manos.
Tuvo dos hijos,y cuatro nietos y una nieta.
Nadie lo conocía profundamente,porque era introvertido,malhumorado y muy reservado.
Recuerdo que de pequeña lo buscaba para jugar,y él siempre me decía:Luego..O más tarde.
Cuando tuve quince años,y muy poca familia con quién dialogar,entré en su cuarto ,me quedé en un rincón y comencé a mirarlo detenidamente.
Tenía mil preguntas para hacerle.
Pero a él no le imporataba.
Vivía un mundo donde no entraban ajenos.
Sólo eran sus libros,una amante ocasional y alguna que otra llamada.
Hace un mes dejó este mundo.
Y se llevó todo su tiempo.
El mismísimo tiempo que no supo compartir con los demás.
El tiempo que nunca supo compartir.
Muchas preguntas quedaron sin respuestas.
Y así se fué.
El hombre sin tiempo
para los demás.
El tiempo no existe, estoy seguro de ello.
ResponderEliminarPensé en los griegos y el tiempo: Cronos (Dios del tiempo real) y Kairos (Dios del tiempo interior). Juan se llevó el tiempo interior que no pudo compartir.
ResponderEliminarEstas lineas me llevaron a un lugar muy triste. Mi abuelo era así. O tal vez no. Era un poco así pero si tenía tiempo y también leía y también resultaba incomprensible para todos nosotros. Me vi en la oscura covacha del viejo, con ese olor a pipa impregnado en los vetustos muebles y la enredadera que se le había ganado desde el patio hacia la pared del escritorio a través de un vidrio roto. Era un lugar mágico y sombrío. Me imaginé allí con seis o siete años, intrigado por saber qué habría en esos cajones y en sus pensamientos. Pude hablar con él bastante. No sé si él habló conmigo.
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